26 may 2011

Bromas aparte (3) T.E. Oficios II Hall of Fame






22 may 2011

Por fin la Cábila nº 3


Por fin tenemos el gusto de ofreceros la publicación de nuestra revista La Cábila, en su edición nº 3 .
En este número os ofrecemos gran parte de nuestras actividades, varias entrevistas, una de ellas con Cristina Klimowitz, experiencias y vivencias, concurso de come cráneos etc. y alguna que otra broma para que el buen humor contribuya a la buena marcha del proyecto.
Solamente podremos ofreceros otro número mas, de despedida, aunque no de olvido. Por tanto los artículos deberán estar recibidos, físicamente o por e-mail  en la última semana del més de Junio.
Salu2

      
20 may 2011

Bromas aparte (2) T.E. Oficios II Hall of Fame


Bromas aparte (1) T.E. Oficios II Hall of Fame

15 may 2011

Come Cráneos de Mayo

Comecráneos de Mayo. Pincha para acceder al juego.

Come Cráneos de Mayo

Comecraneos de Mayo Pincha en el enlace para acceder al juego

Una Tarde entre Bidones de Pintura

tarde entre bidones

Visita del Taller de Carpintería de Madera a los almacenes de Maderas Manteca

maderas manteca

Visita Formativa del Taller de Empleo Oficios II a Urueña y Torrelobatón

A urueña y Torrelobatón

Conociendo Salamanca

conociendo salamanca

Manos a la obra

manos a la obra

Perdóname ciudad mía

Como la Cábila saldrá el dia 23 de mayo, os subo este artículo que se me ocurrió el fin de semana pasado.
Si os gusta lo podéis comentar libremento. Es una pequeña contribución, "of de record" al debate que tuvimos en el modulo de medio ambiente.

 Crónica desde la zona muerta


Nuestra guía Irina era enfermera en Kiev, (kiye) como ella decía, ganaba al mes el equivalente a 17.000 pts. Una médica llegaba a la cifra de 30.000 pts.(180 €). En los tres meses que ejercía de guía ganaba más en propinas que el salario de un año. Kiev la capital de Ucrania, la despensa de Europa, aparecía ante nosotros verdaderamente como la madre  de las ciudades especialmente ante el campanario del Monasterio de San Miguel, el de las Cúpulas Doradas, 76 m. de altura.
Eran las 13:23  del día 26 de abril, las campanas comenzaron a tocar con un tañido triste. Algo tienen las campanas en esa sonoridad, que encoge y estremece, con ese sonido roto, cadencioso, desfigurado.
Los cientos de personas que caminaban por el recinto quedaron paralizadas, como si el tiempo se hubiera detenido.
Nosotros también.
El recuerdo de las decenas de miles de víctimas de Chernóbil se filtraba entre los huesos, como una brisa gélida, recordándonos que la naturaleza es poderosa y nosotros solamente unos invitados de paso; que la historia es terca y repite, cíclicamente, lecciones de humildad para el género humano.
En tres minutos de silencio  desfilaron por mi interior las imágenes de una región, a orillas del rio Pripyat, tan bella como mortal. No se puede vivir allí. Tendrán que pasar muchas generaciones antes de que el ser humano, atrevido e inconsciente, pueda volver a poblar estas tierras. El Oblast de Kiev, una provincia del tamaño de Galicia, habitada por dos millones de personas, es ahora una desolación por la que nadie daría ni siquiera un puñado de kopecs.
En mi viaje virtual, volé sobre el caudaloso y, ahora contaminado, rio Pripyat que lloraba el deshielo entre bosques de abedules y reflejos de un tímido sol naranja, casi  pajizo. Siguiendo la estela plateada de su curso navegable, divisé Pripyat, ¡La Ciudad!. Dos  kilómetros la separaban de la central de V.I. Lenin, el orgullo tecnológico de la era soviética. La veía llena de rosas, llena de vida. 1.000 niños nacían en ella cada año. La población, joven, con una media de 30 años de edad le daba un carácter alegre y bullicioso. 50.000 arbustos de rosas, uno por cada habitante,  esparcían su aroma como si de la antigua Afrodísias se tratara. La ciudad del futuro, cargada de científicos e ingenieros era ahora una ciudad fantasma, desmantelada, arrasada por completo. No había niños, gran parte de ellos arrastraban ahora la enfermedad, el cáncer, las mutaciones genéticas que seguirán persiguiéndoles como secuelas de por vida.
Me detuve ante el impresionante monumento a los liquidadores, a 150 metros del reactor.  El reactor número 4, una increíble caldera que la fusión del núcleo  abrió  en la tierra y que 600.000 hombres, de 20 a 45 años, reclutados entre el ejército, personal de otras centrales, mineros y empleados del metro de Kiev se encargaron de tapar, construyendo el fantasmagórico edificio de  45 a 50 metros de altura que, ahora, 25 años después, comienza también a resquebrajarse.
Solo se oye el detector de radiación, esos pitidos constantes que aquí suben  de frecuencia en una especie de frenético espasmo, como si fueran los latidos de  al menos 100.000 muertos, 200.000 desplazados a un exilio del cual no podrán volver y de otros siete millones de enfermos.
Me elevé un instante sobre el monstruo, el dragón dormido, la estampa de la desolación. Atravesé el Bosque Rojo, aquel hermoso paisaje de coníferas y abedules que la explosión convirtió en color naranja y nadie sabe por qué. A lo lejos divisé al viejo Ivan Semeleiev, sobre el viaducto del canal de refrigeración del Prypiat. Se había quedado solo y todas las tardes pasaba un rato echando trozos de pan y comida a los peces. Carpas y siluros  enormes que ahora en un entorno sin depredadores, en un lecho de agua caliente, aunque alfombrado de material radioactivo, habían crecido como monstruos llegando a tener hasta 3´5 metros de largo.
Un poco más tarde se le acercó Nadia Zeronovna, otra anciana solitaria a la que no le importaban ya los peligros del cesio, del radio o del estroncio. Los dos, después de lanzar una mirada al cementerio de chatarra contaminada se perdieron en el horizonte.
Atardecía,  los esqueletos oxidados  de barcos, ferrys y cargueros empotrados en el lodo del lago, parecían alargar su sombra como si de una mano siniestra se tratara.
Una sopa Vareniki y el consabido Salov (tocino ahumado, servido con pepinillos y wodka) esperaban en la cocina del Palacio de la Cultura.
Ahora todo era suyo
La última campanada me sacó de la ensoñación. Me pareció ver salir algunos pájaros de las grietas del monstruo radioactivo.
Una pancarta decía…..  Perdóname ciudad mía.
©José Luís Asín

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